No es una frase fatalista, sino una realidad. De hecho, puedo morirme dentro de dos horas y no ser consciente de ello.
La muerte fue el tema tratado en la meditación budista que se realizó el viernes pasado. Siempre me ha llamado la atención la aceptación con la que las filosofías y religiones orientales enfocan la muerte. Mientras que aquí no queremos ni hablar ni mencionar la palabra (de hecho, cuando comenté el tema que se iba a tratar en la meditación, los gestos y expresiones fueron de lo más colorido) ellos la meditan y trabajan sobre ese proceso por el que todos pasaremos. También es curioso que a pesar de no querer ni oír mencionar la palabra muerte, los occidentales vivimos como queriendo alcanzarla antes de tiempo con nuestra forma de vivir, pensar, sentir y actuar.
La primera muerte que recuerdo en mi vida y el vacío que ella ocasionó, fue la de mi abuelo. Por aquel entonces yo tenía tan solo siete años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Al ser muy cría mis padres no me dejaron ir a despedirme de mi abuelo ni tampoco a su entierro, cosa que yo a pesar de no tener idea todavía del proceso de la muerte, solo quería ir y despedirme de él. No sé si fue por venganza hacia mis padres o por vergüenza, que no derramé ni una sola lágrima después. Lloré a escondidas, y vaya si lloré, pero nadie se enteró. Cuando íbamos al cementerio les recuerdo a todos llorando y yo con la garganta contraída para no derramar ni una lágrima. Ese es el primer recuerdo que tengo del dolor ante una muerte.
Lo que sí hice desde el primer momento una vez fallecido fue hablar con él, cosa que he seguido haciendo ocasionalmente, ríase quien le apetezca, pero hoy, casi cuarenta y seis años después, todavía recuerdo su cara, su alegría al verme y sus juegos conmigo. Era una persona entrañable. Después ha seguido falleciendo gente a mi alrededor que han dejado más o menos vacíos, unas por edad, otras por enfermedad y otras como solemos decir por aquí “de golpe”. Pero lo que nunca he podido recordar fue el último momento que pasé con mi abuelo antes de morir, al igual que tampoco recuerdo ninguno de las personas que fueron falleciendo en mi vida. Y no me refiero a la cama del hospital o de casa, sino al recuerdo de compartir.
Y a ese no saber cuándo nos puede tocar, es en lo que se profundizó en la charla-meditación del viernes. Si realmente fuéramos conscientes de que podemos marcharnos de esta vida en cualquier momento, ¿nos comportaríamos como lo hacemos?, ¿viviríamos al mismo ritmo?, ¿trataríamos a las personas con las que nos cruzamos de la misma forma? ¿Cambiarían nuestros planes?, porque sin ánimo de ser fatalista, la cruda realidad es que todos y cada uno de nosotros podemos “irnos de golpe”.
Para muchas filosofías orientales, la budista, hinduista, jainista, etc., esa realidad está muy presente, pero no como algo penoso que amargue su existencia, sino como un toque de atención y respeto hacia todo y hacia todos. No es levantarse, vivir amargado y no disfrutar porque uno se puede morir “ya”; pero tampoco lo contrario: vivir quemando mecha por eso mismo. Es buscar el camino medio. Vivir, planificar, actuar y sentir de modo consciente, amable, agradecido, con humildad y respeto. Acercándonos a todo de forma plena y sonriente, sea un concierto, una comida, una conversación, un estudio…Esto me recuerda algo que leí una vez de que aquello que realizamos en un instante preciso, es irrepetible y único, que no volverá a tener lugar bajo las mismas circunstancias.
Se nos comentó un poco sobre la reencarnación, el karma y como según ellos se debe tratar a una persona que está falleciendo o que lo ha hecho ya. Fue hermoso, de verdad. A pesar de que muchas de las cosas de las que se habló ya las conocía por medio de otras charlas, conferencias o estudios, no me vino mal ese toque de atención respecto al tema tratado. Y quizás porque la energía del momento está todavía presente en mí, reconozco que estoy enfocando mis días de forma distinta….ojalá no la olvide.
¿Qué es el budismo kadampa?
Es una tradición especial de budismo mahayana fundada por Atisha (982-1054), gran maestro budista indio y principal responsable de reintroducir el budismo en el Tíbet en el siglo XI. Ka se refiere a todas las enseñanzas de buda, tanto de Sutra como de tantra, y dam, a las instrucciones especiales que dio Atisha, llamadas etapas del camino o Lamrim en tibetano. Los budistas kadampas integran su conocimiento de todas las enseñanzas de Buda en la vida diaria.
“Considerad que todos los seres son vuestros padres y madres, y amadlos como si fuerais su hijo. Mantened siempre un rostro sonriente y una mente amorosa, y hablad con sinceridad y sin malicia” Consejos de corazón de Atisha.
María José Rodríguez Pujante. Profesora de yoga