Edward Bach nació en 1886. De niño comenzó a trabajar de aprendiz en la fábrica de fundición latón de su padre. Allí, al lado de los trabajadores conoció el miedo y la preocupación de estos por su salud Descubrió las diferencias de actitud que tenían los empleados frente a la enfermedad, no olvidemos que en aquella época no se protegía al trabajador, por lo que caer enfermo significaba gastos, disminución de ingresos e incluso el despido. Esta preocupación por los demás le llevó a ingresar en la Universidad de Birmingham para estudiar medicina.
Era una persona sensible, abierta y altruista que supo ver antes que sus colegas las debilidades de la medicina oficial de la época, que aunque ya había hecho progresos en el campo de la anestesia, cirugía y asepsia, no se podía hablar de una verdadera curación del enfermo. La medicina se caracterizaba por atenuar los síntomas, aliviar el dolor, recetar remedios transitorios y poco más, pero no se preocupaba por “conocer” al enfermo. Deseando conocer las verdaderas causas de la enfermedad profundizó en los campos de la bacteriología e inmunología. Descubrió que determinadas bacterias se hallaban en mayor cantidad en enfermos crónicos y experimentó con vacunas que preparaba a partir de las bacterias intestinales, teniendo éxito con ellas.
Su encuentro con las esencias florales y como casi todo lo que nos ocurre en la vida, fue debido a varios hechos traumáticos: la primera guerra mundial, la muerte de su mujer y que él cayera víctima de una profunda hemorragia que lo dejó en coma profundo; diagnóstico: tumor maligno de bazo. Fue operado de urgencia pero solo le dieron tres meses de vida. En el momento en que pudo levantarse decidió que no pasaría lo que le restaba de vida sin hacer nada, por lo que volvió a su laboratorio con renovadas ganas por continuar su trabajo y que le fueron reanimando y dando nuevas fuerzas. Tanto es así, que pasadas unas semanas, uno de los médicos que le operó al verle exclamó: “Bach, ¡pero si debería estar muerto!
Quizás por su carácter, porque era su destino o por lo que los chamanes o sanadores de los pueblos primitivos llaman “enfermedades de consagración”, Bach superó su enfermedad. Según los chamanes, la proximidad de la muerte clarifica y trasforma la conciencia, volviéndola más perceptiva y sensible. Estas enfermedades no le son extrañas al alma humana y pueden llegar a ser las que cambien nuestra forma de vida.
Lo cierto es que después de superar su enfermedad y deseando conocer el por qué determinada enfermedad afectaba más a unos que a otros de sus pacientes, Bach entró en contacto con la homeopatía de Hahnemann, viendo confirmadas muchas de sus suposiciones. Desde su época de estudiante, nota que le interesan más los enfermos que los males que padecen. Cree que el cuerpo padece enfermedades como causa de sus estados emocionales, observa como los pacientes que muestran interés por mejorarse, su salud se restablece más fácil y rápidamente que en aquellos que no lo hacen. Es ahora cuando llega a la conclusión de que también es necesario tratar el estado de ánimo del paciente para que su enfermedad desaparezca.
Bach desarrolló siete nosodes homeopáticos que aún se utilizan en la práctica médica y con el tiempo pudo identificar que los nosodes actuaban mejor si se indicaban de acuerdo a un tipo de personalidad que él descubrió para cada uno. Debido a su naturaleza sensible, el origen de los nosodes no le convencía demasiado, ya que provenían de los propios desperdicios humanos y comienza a buscar en la naturaleza medicamentos que reemplazaran y aumentaran los efectos de lo conseguido con los nosodes.
En septiembre de 1928, viaja a Gales algo débil de salud, pero con algunos estados emocionales muy característicos y que le ayudan en su nuevo camino: la prisa e impaciencia por encontrar lo que estaba buscando, el temor de no lograrlo, pero también la ilusión por encontrarlas…….(seguiremos….)
María José Rodríguez Pujante. Profesora de yoga